sábado, 3 de mayo de 2008

VIVIR (Ikiru)

Lo oriental viene siempre revestido de un aura mística, elogio de lo espiritual y la calma de sus pasos como forma de conocerse y vivir de acuerdo con la esencia de uno mismo.

Si con la llegada del emperador Meiji (1868), Japón se abrió a la influencia occidental, en las últimas décadas occidente ha sufrido una fiera atracción hacia la cultura nippona en todas sus facetas: desde los haikus, ikebanas y sushis, pasando por su filosofía y ritmo de vida, el yoga y el zen hasta adoptar los manga, la literatura y el cine.

Pero todo, como siempre, bajo el tamiz previo de la visión occidental de la cultura. Adaptamos la idea mística de su relación íntima con el mundo a nuestro día a día, envolviéndola de un halo irreal patente en nuestros sueños y evocaciones de una realidad que se mueve más allá de lo material y tangible.

Quizás Kurosawa sea uno de los directores orientales cuyos filmes han sido más adaptados a la visión occidental del mundo. De su extensa filmografía, encontramos versiones modificadas en las que el ritmo y carencia del argumento se ajustan al gusto del consumidor de palomitas y pantallas extensas para el entretenimiento. Una lucha para alejar la lentitud y ceremoniosidad que destilan sus películas, ese carácter costumbrista por el cuál los personajes son algo más que un guión ordenado y sucesos, se impregnan de sensaciones que circulan a modo de versos, con su propia cadencia.

"Vivir" puede ser tildada de pesimista. Cuando el esfuerzo de un hombre condenado por su propia enfermedad se queda sólo en el recuerdo de unos pocos parece como si la propia existencia hubiera carecido de sentido. No obstante, toda interpretación tiene su contrapunto, y la lucha personal del Sr. Watanabe por darle un sentido a una vida monótona y vacía adquiere relevancia en sí misma, en la capacidad de demostrar que la trascendencia de los hechos no lo es tanto por la popularidad de los mismos, sino por el significado que adquieren dentro de la propia vida.

Todos nos hemos planteado en alguna ocasión qué cambiaría en nuestra vida si, de repente, nos dijeran que disponemos sólo de dos meses más para gozarla. Resulta sorprendente (y en ello me incluyo) como en esa circunstancia aflorarían nuestros deseos más profundos, esas ilusiones que de forma habitual dejamos para mañana, para el futuro, madeja de nuestros sueños. Pero el protagonista ha olvidado ya el color de sus deseos, hundido en la monotonía de los días de trabajo en los que la mejor opción es ser una momia que no se altera por ninguna circunstancia.

Mordaz crítica a una sociedad destruída por la guerra, que se ve con la necesidad de construirse a sí misma, pero que se topa de frente con la pasividad de un sistema que erige funcionarios cuya misión se resume en acumular papeles de reclamaciones sobre sus escritorios. La necesidad de mejora se lanza al aire y al azar de las circunstancias, en una realidad en la que pasar desapercibido resulta la opción más cómoda. Podemos situarnos ante la vida sin un suspiro, viendo el transcurso de las horas ante nuestros ojos, o ser protagonistas de la propia historia, vivir más que ser vividos.

Si su muerte se percibe al principio como el paso de otra página más en la historia del mundo, parece que en un atisbo de lucidez marcada por el sake su sacrificio habría podido despertar la conciencia ajena, la de que todo es posible cuando uno se empeña y cree en ello. Pero como en un círculo que se cierra, tras la ebriedad vuelve la monotonía de los días, la comodidad y pasividad que se esconden en la mente humana, casi siempre perdida entre la realidad y el deseo.

DIRECTOR: Akira Kurosawa
AÑO: 1952

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