Se puede juzgar un acto desde muchas perspectivas. Siempre es fácil eregirse como el más docto de los moralistas, enarbolando la bandera de la ética y la justicia sin reflejar los detalles.
Más allá del trasfondo ético que pueda mostrarnos la película, queda el mensaje latente de que nada es lo que parece. Uno se pregunta a cuántas personas habrá etiquetado sin ser consciente de los motivos que las impulsan a moverse. Nunca me ha gustado ejercer de evangelista ensalzando los valores que me mueven y tratando de que el mundo a mi alrededor se mueva a mi mismo ritmo. Pero ver reflejada en esa historia una creencia personal a menudo afianza la sensación de que uno no anda tan errado.
Una muerte siempre es una muerte. La soledad es siempre soledad. Cuando observamos a los ancianos en las residencias, cuyos hijos apenas pasan diez minutos al mes entre fríos abrazos y preguntas de cortesía, siempre nos compadecemos del viejo solitario que tras tanto esfuerzo se ve relegado al olvido. Ignoramos que quizás ha sido una soledad ganada a pulso, que el cariño no se compra ni se vende, se gana con lo compartido en el día a día.
Siempre hay dos caras de la misma moneda... ¿qué haríamos si alguien cercano está condenado a una muerte certera, y sabemos que además la decandencia va ser larga y extremadamente dolorosa? Una parte nos invita a dejar que la naturaleza siga su curso, a la lucha insaciable por sobrevivir... y la otra nos impulsa a pensar en la dignidad del hombre, y en lo inutil que puede ser el sufrimiento vano.
Aunque nos resulte contradictorio pensar que puede haber amor tras una muerte.
DIRECTOR: Philippe Claudel
AÑO: 2008
Más allá del trasfondo ético que pueda mostrarnos la película, queda el mensaje latente de que nada es lo que parece. Uno se pregunta a cuántas personas habrá etiquetado sin ser consciente de los motivos que las impulsan a moverse. Nunca me ha gustado ejercer de evangelista ensalzando los valores que me mueven y tratando de que el mundo a mi alrededor se mueva a mi mismo ritmo. Pero ver reflejada en esa historia una creencia personal a menudo afianza la sensación de que uno no anda tan errado.
Una muerte siempre es una muerte. La soledad es siempre soledad. Cuando observamos a los ancianos en las residencias, cuyos hijos apenas pasan diez minutos al mes entre fríos abrazos y preguntas de cortesía, siempre nos compadecemos del viejo solitario que tras tanto esfuerzo se ve relegado al olvido. Ignoramos que quizás ha sido una soledad ganada a pulso, que el cariño no se compra ni se vende, se gana con lo compartido en el día a día.
Siempre hay dos caras de la misma moneda... ¿qué haríamos si alguien cercano está condenado a una muerte certera, y sabemos que además la decandencia va ser larga y extremadamente dolorosa? Una parte nos invita a dejar que la naturaleza siga su curso, a la lucha insaciable por sobrevivir... y la otra nos impulsa a pensar en la dignidad del hombre, y en lo inutil que puede ser el sufrimiento vano.
Aunque nos resulte contradictorio pensar que puede haber amor tras una muerte.
DIRECTOR: Philippe Claudel
AÑO: 2008
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