martes, 17 de marzo de 2009

JERRY MAGUIRE

Los actores pasan por diferentes etapas y van creciendo, gestando sus dotes y disminuyendo tics o sobreinterpretaciones puntuales quizás sobredimensionadas intentando imitar a los grandes.

La ambición no es sólo cosa de altos cargos. A veces es curioso preguntarse el motivo por el cuál un millonario sigue deseando acumular más y más dinero, a pesar de tener todas sus necesidades y placeres más que cubiertos, y no augurarse ningún problema en lo que potencialmente le queda de vida para vivir, y no sólo eso sino colmarse de comodidades.

Pero la verdad es que parece que la adrenalina que se genera con el poder, el dinero y la ambición son la pescadilla que se mueve la cola. La sensación de poder mover el mundo al propio antojo, cuál marioneta de la cuál se gobiernan los hilos. La lucidez en esos momentos puede ser un símbolo de debilidad, y la debilidad una señal para ser lanzado a un lado del camino.

En ese mundo de ambiciones, un hombre decide romper el muro (o termina rompiéndolo sin querer, sin ser consciente de las consecuencias personales que eso conlleva) y regresar a una realidad en la que lo que le mueve a uno es el sentimiento y no la ansia de poder. Hablar del trabajo bien hecho no como una máquina registradora, sino como un estandarte de relaciones en las que uno conoce a la persona con la que está tratando, y esa es algo más allá que un negocio o un cheque en blanco.

Arriesgarse en la vida por lo que uno cree puede suponer, a veces, un salto al vacío. Pero quizás en ese salto uno se acerque más a sí mismo, y en lugar de morir como el más rico del cementerio, se muere con una sonrisa por haber vivido.

DIRECTOR: Cameron Crowe
AÑO: 1996

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