Estando en el corredor de la muerte uno tiene opción de vivir los últimos días de su vida mirando al techo esperando el final, o jugando a ser dios en un mundo de hombres.
Tiempos de guerra. Y un puñado de malhechores sin mayor nexo de unión que un destino de rejas y horcas son escogidos para una misión peculiar. Formar un batallón especial con un objetivo concreto: terminar con la vida de burócratas nazis que se reunirán en un castillo para celebrar una velada conjunta.
Y al frente un coronel sin escrúpulos. O con la conciencia de que en la guerra son todos peones movidos por hilos invisibles, sin capacidad de opinión. Siempre hay ovejas negras, aunque a menudo eso signifique dar un toque distinto al devenir de las decisiones, juicios e ideas que parecen imperar en la mayoría. La negra es, a menudo, la disonante, la que ha logrado detenerse y pensar con un hilo de voz propio.
12 hombres y un destino. Lo fácil es sentarse a esperar el propio fin. Lo complicado, lograr motivar a cada uno para que el destino final se vea como un equipo, sin buscar heroicidades ni egocentrismos. Nada se logra si no es remando a la par. No hay salvación para uno sin el trabajo de todos.
Y al final quedaron 3. Habrá quien piense que el fracaso de la misión es cosa de números. Otros que apuesten por el final feliz del que ha añadido adrenalina a una muerte anunciada y pública, la del ojo por ojo cuando el mundo se queda ciego. Me quedo con los momentos de humor, la caricatura de un ejército del que no queda pie con cabeza, y las entrevistas de un psiquiatra destinado a valorar la idoneidad de los hombres que formaran el batallón.
Y es que entre tanto fanático, loco y desquiciado, no queda más que tranquilizarse. Al fin y al cabo: "No veo un modo mejor de luchar una guerra".
DIRECTOR: Robert Aldrich
AÑO: 1967
Tiempos de guerra. Y un puñado de malhechores sin mayor nexo de unión que un destino de rejas y horcas son escogidos para una misión peculiar. Formar un batallón especial con un objetivo concreto: terminar con la vida de burócratas nazis que se reunirán en un castillo para celebrar una velada conjunta.
Y al frente un coronel sin escrúpulos. O con la conciencia de que en la guerra son todos peones movidos por hilos invisibles, sin capacidad de opinión. Siempre hay ovejas negras, aunque a menudo eso signifique dar un toque distinto al devenir de las decisiones, juicios e ideas que parecen imperar en la mayoría. La negra es, a menudo, la disonante, la que ha logrado detenerse y pensar con un hilo de voz propio.
12 hombres y un destino. Lo fácil es sentarse a esperar el propio fin. Lo complicado, lograr motivar a cada uno para que el destino final se vea como un equipo, sin buscar heroicidades ni egocentrismos. Nada se logra si no es remando a la par. No hay salvación para uno sin el trabajo de todos.
Y al final quedaron 3. Habrá quien piense que el fracaso de la misión es cosa de números. Otros que apuesten por el final feliz del que ha añadido adrenalina a una muerte anunciada y pública, la del ojo por ojo cuando el mundo se queda ciego. Me quedo con los momentos de humor, la caricatura de un ejército del que no queda pie con cabeza, y las entrevistas de un psiquiatra destinado a valorar la idoneidad de los hombres que formaran el batallón.
Y es que entre tanto fanático, loco y desquiciado, no queda más que tranquilizarse. Al fin y al cabo: "No veo un modo mejor de luchar una guerra".
DIRECTOR: Robert Aldrich
AÑO: 1967
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