domingo, 30 de noviembre de 2008

EL GRAN LEBOWSKI (The Big Lebowski)

Bajo un sello inconfundible, con licencias que sólo quien se sabe dueño del mensaje puede permitirse, nos dejamos engullir por la fascinante forma de mostrar lo absurdo de la existencia humana. Aquí no queda títere con cabeza. El poder, la gloria, el dinero, el pacifismo, el sentimiento patriota, el amor, la dependencia, la apariencia... todo se desgrana en un mismo mortero cuando se trata de caricaturizarnos y equiparar al holgazán dejado cuya vida se divide entre la bolera, el coche y una alfombra vieja que hace juego con el mobiliario, y el magnate lisiado solitario a pesar de sus victorias, diplomas y medallas.

The Dude, el Nota. Y una parodia del azar que confunde a dos personas aparentemente opuestas. Un secuestro, o una huída, en el fondo da lo mismo. Y se abre la puerta a un ápice de adrenalina en mitad de tanta rutina (de tanto bolo, de tanto torneo en el que ser ganador no signfica nada más que ser el mejor de los perdedores), intermediario de un crimen no presenciado, lejos de toda codicia y sin embargo hundido en ella. Pseudo-hippye barbudo cuyo amor propio estriba en seguir en pie esquivando los ataques ajenos.

O Walke, el amigo obsesionado con su recuerdo de la guerra, un Vietnam que de tan repetido queda reducido a la anécdota. Como si la vida consistiera sólo en hallar un motivo para evocar el pasado, huyendo de un presente vacío en el que la soledad constituye el sello de la propia vida. No hay más que construir un pedestal para uno mismo desde donde ser el primer espectador de la lenta pero indiscutible caída, la nada, el vacío que no llena ni el recuerdo de un heroismo que se cae por su propio peso. La posibilidad de ser de nuevo capitán aunque uno esté en Los Ángeles y no haya guerra más allá de los cines colma el sentido de los días. Uno quiere creerse dios en un mundo de mortales, quiere sentir en sus venas la sangre del que se sabe guía de una misión importante, la tarea que puede llevarle a desobedecer la que enarbola como su única fe.

Y Donny, un alma silente siempre con la última palabra lista para ser lanzada. Apenas habla, reafirmando con su silencio la incapacidad de dar un paso al frente y luchar por su futuro. Apático, anhedónico, apenas conocemos nada de su vida como en muchas ocasiones apenas podríamos describir la realidad de muchos de los que nos rodean. Viene y se va como si nada hubiera acontecido, esparcidas sus cenizas desde un bote de metal hacia el Pacífico, aunque luego terminen como polvo sobre el rostro ajeno, parodias que se enlazan sin tregua.

Mujeres florero, mujeres fatales que se muestran independientes. Ajenas a todas las complicadas tramas que los hombres construyen a su alrededor. Visceral o independiente, risa sardónica que muestra lo absurdo de cualquier tipo de vida. Del artista cuyas extravagancias le llevan a pintar desnuda mientras se lanza en tirolina, de la joven casada con un magnate que pasa sus días protagonizando películas porno para zafarse del tedio, del setentón lisiado que aparenta riquezas que no tiene sólo por no tener que dar explicaciones del fin de sus días, del niño adolescente que se ve inmiscuido en mitad de una historia sin mayor conexión que una página corregida de un bloc de notas. Todos, qué más da el origen, la vida más o menos ordenada que lleven, la edad, el sexo, los sueños u objetivos de una vida. Se nace, se vive siguiendo el propio ritmo y un día, sin más, desapareces.

Y quizás no haya mayor sentido que ese, por mucho que nos creamos ángeles con un destino.

DIRECTOR: Joel Coen
AÑO: 1998

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