miércoles, 3 de diciembre de 2008

DULCE PÁJARO DE JUVENTUD (Sweet Bird of Youth)

Se habla siempre de la ambición como motor que mueve el mundo. Al conformista se le tilda rápidamente de endeble en convicciones, como si tener claro el lugar que uno quiere ocupar en este planeta fuera predecidido de un galón ordenado por categorías.

Cierto es que la juventud se escapa de las manos como arena del desierto. Y hay vidas que se construyen a sabiendas de que los cimientos son tan frágiles e inestables que cualquier pequeño temblor puede derribarlos. Hay bienes perecederos, la piel tersa se reblandece con el paso del tiempo (bisturís aparte), la perfección del gesto adquiere un matiz torpe cuando uno tiene que observar el pie derecho antes de mover el izquierdo, un cuerpo atlético galopante se vuelve corcel al trote cuando ya el vigor forma parte del recuerdo.

Sin embargo hay partes de uno mismo que superan el inevitable paso de los años que impregnan como cicatrices la piel. Y no es que la experiencia sea un punto a favor, sino que en ocasiones hay que ahondar en uno mismo para descubrir los motivos, elevarlos cómo eslogan y brindar por el futuro. Si se adornan luego con fama, con poder, con gloria, que sean sólo compañeros y no pilares, para no perderse entre caricaturas tratando de descubrir quien es el yo reflejado en el espejo o el yo social, el que actúa pensando en ser visto, el que canjea aplausos para creer en sí mismo.

Y es que al final de todo, en esos momentos inevitables en los que uno se dedica a hacer las cuentas consigo mismo, podamos desempolvar las telarañas de lo superfluo y descubrir la verdadera riqueza escondida tras tantos velos.

DIRECTOR: Richard Brooks
AÑO: 1962

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