sábado, 16 de mayo de 2009

SÉRAPHINE

Se dice que el arte nace del desconsuelo interior. Del saberse despierto en los sentidos, y por ello solitario en el sentir, en la precepción del mundo.

Séraphine de Senlis vivió poseyendo sólo aquello que su cesta podía transportar. Y sin embargo, el sonido del viento que agita la hierba, de los árboles que susurran melodías, de las flores que nos regalan con fragancias y olores diversas, de los pájaros que cantan y entristecen como nosotros... todo eso lograba mudar su ánimo, pasar de la tristeza a la alegría, del desamparo a la esperanza. Abrazar a un árbol no es cosa de locos, más un cuerdo que ama lo que la naturaleza le brinda.

Tocada por la luz de un ángel. En una especie de fe ciega que le impulsa a crear aunque sólo ella sea espectadora de su arte. Es en este deambular solitario cuando un marchante, coleccionista de arte, descubre su genio y la saca del anonimato. Séraphine pinta en las noches tras ganarse el sustento limpiando casas, fregando suelos, preparando comidas que ella misma siente fuera del alcance de su mano. Pasea, siente, recolecta sus ingredientes secretos que saca de la tierra que la inspira para pintar. Y en la noche pinta y canta en la semioscuridad de su habitación. Ella, sus dedos a modo de pinceles, y el mundo que ve a través de sus ojos.

La guerra les separa, pero Séraphine sigue pintando animada por su voz interior. Los ángeles que serán a su vez motivo de su locura. Sus cuadros empiezan a ver la luz, interesan al mundo, y no obstante es ese mismo despertar a las masas el que la sume en su propia oscuridad. Perdida, su llanto desgarrador encerrada en un psiquiátrico marca el fin de sus días. Su mundo se ha derrumbado, y sólo logrará recobrar cierta paz en la soledad de su silla, bajo el árbol que le recuerda de dónde surgió.

DIRECTOR: Martin Provost
AÑO: 2008

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